EL BURRO NEGRO (cuento)
El río Caramacate aquel mediodía
estaba agitao. Sonaba fuerte, y mientras Eloísa restregaba la ropa con jabón
azul, él quería quitásela de las manos. A veces se la arrastraba, así como
cuando el perro te jala de una prenda queriendo jugar contigo, o llevarte pá
algún sitio, y de pronto te gruñe y lo regañas. Pero Eloísa no se quejaba con el
río como lo hacía con el perro ese.
Yo creo que los ríos son sabios. Son más
viejos que nosotros, recorren muchos caminos y viven más que un perro mierdero.
-“Cuando el río suena es porque piedras
trae”, le dije, y ella comenzó a cantar aquella canción que yo le enseñé de
carajita:
Río Caramacate,
buena compañía,
lánzame el mecate,
dame la primicia,
Qué viene por allá,
que ando por la vida,
mirando sin mirar,
un poco distraída.
Río Caramacate
Yo lavo en tus agüitas
lánzame el mecate
dame la primicia…
El sol picaba. Yo le dije a Eloísa que me
iba a adenlantá a la vivienda porque el bebé se había dormido. Ella se acercó a
la orilla donde yo estaba, le dio un beso al niño y me dijo callaíta: -Sí mi máma, anda a acostámelo, y si los
chachos tienen hambre dámele la pira que quedó en el fogón. Yo terminó aquí y
voy pá allá.
II
Ichito y Jairo estaban jugando, pero
apenas me vieron llegá, me pidieron comía. Yo acosté al bebé, les calenté la
pirita a ellos y le guarde a mi hija un poquito en una taparita.
III
La pira de Eloísa ya estaba fría cuando
ella llegó. Me dijo que después de terminar de lavá, se vino al pueblo
caminando con dos tobos llenos de ropa, uno lo traía sostenido en la cabeza y
el otro lo traía abajo agarrao con la mano, por lo que se puso a descansá frente
a la bodega de Juan Pepita. Ah mundo…es que ella le lavaba a las doñas de la
Calle Real. Yo antes se la ayudaba a lavá, pero después me tocó colaborarle con
el nieto y weno tú sabes…
Mi hija me contó que descansando allí se
puso a hablá con Juan Pepita un rato, y que uno de esos seños, de esos viejos
que se ponen a tomá sobre el mostrador y a echá cuento con Juan, bueno, y que
le brindo un refresco de piña… Ella se lo aceptó por la calor que hacía, y después
de tomáselo se vino directo pá la vivienda a tendé.
IV
Como a las cinco, escuchamos de lejito un
sonido raro… -¿hueso que será eso?- Me
preguntó Eloísa - ¿Será que el tren se
llevó otro ganado? - Y nos asomamos en seguida.
Cuando el tren arrollaba un cochino o una
res atravesada, todos los del pueblo salíamos corriendo, cada quien llevaba un
saco pá agarrar una parte de la carne. Los que llegaban primero se llevaban la
mejor parte. Aunque no siempre fue así. Como aquella vez, cuando el tren
arrolló a la ancianita Clara. La viejita se había quedado atascada en los
rieles, y el tren que venía a toda máquina la dejó hecha fiambre. Dicen que la
gente, pensando que esa era una res, se llegó contenta con sus sacos y sus
tobos hasta los rieles pá cogerse su pedazo de res, y cuando vieron que aquella
pierna, aquel lomo y aquellas tripas eran partes de la anciana, más de uno se
vomitó. Naguará…es que ese tren tiene muchas historias…y lo pior es que uno
nunca aprende.
Una vez, el loco Alejandrito se
fue a quitá la vida allá. Cuentan que esperaba escondido en el monte pá
saltarle como una liebre al tren. El loco disque asomó la cabeza para ver si el
ferro venía, pero los conductores lo que vieron fue la cabeza de un cochino. Dijeron
que el animal de repente se atravesó en los rieles y ellos no pudieron parar la
máquina al momento, ni se preocuparon mucho ya que siempre se llevaban por
delante los animales pequeños, porque imagínese, el tren no se puede pará por
cualquier vaina, sino nunca llegaría a su destino con tantos bichos que hay en
el campo. Muchas veces no se paraban ni a ver, pero esa vez lo hicieron porque
el impacto fue muy fuerte.
Aquellos conductores se quearon pasmados,
cuando al bajáse del tren vieron los restos, no de un cochino, sino del cuerpo de
ese guaro desquiciado. El ruido arrollador del tren es muy fuerte y singular. Una
mezcla entre aullido, frenazo, y ese Bbbbbrrmmmm! Pero también esa vez la pobre
gente del pueblo llegó con sus sacos, y se encontró la sorpresita. Es que la
luna no es pan de horno porque la ves redonda.
V
Asomada en la puerta de la casa Eloísa me
dijo -Naguará máma vení a vé, a ninguno se
llevó el tren. Lo que suena a lo lejo, es un animal que viene como berreando.
Yo me fui asomá y vi a un burro, un burro negro allá a la distancia. El animal
venía solito, y ya era tarde. Venía como apurao, rebuznando fuerte.
Eloísa y yo entramos a la sala, y ella me
preguntó -¿A quién se le habrá escapado ese
burro negro?
Los niños, al escucharnos comentá sobre el
burro, se fueron asomá por un hueco de la pared que daba al camino, nada más pá
chismoseá la cosa, y riéndose nos dijeron - ¡Ah
pué máma…ah pué aguelita! !Naguará! Tan ciegas es? Jajaja Ese es mi pápa…él que
viene es papaíto…ja ja ja!
Yo me fui a la cocina pensándome el
asunto, y de repente, estos ojos que se han de comé los gusanos vieron desde
allí cuando Tarsicio entró a la casa, y Eloísa le extendió el brazo pá
saludarlo, pero el desgraciado lo que hizo fue agarráselo y lánzale un
machetazo.
Venía furioso, con los ojos rojos, sudado,
endemoniao por los celos. Estaba envenenao por la cizaña que le había metido
quién sabe quién, y comenzó a machetearla por todos lados.
Ella tirada en el piso gritaba. Trataba de parar
el machete metiendo los brazos y las piernas, pero él le lanzaba desde arriba
con mucha fuerza, como quien corta leña enceguecido, la cortaba y la cortaba.
El llanto de los niños agachados en un
rincón, se mezclaba con los gritos de mi hija, y también con las
maldiciones y las groserías que le salían a Tarsicio por la boca.
Yo agachada en la cocina comencé a gritar -¡Auxiiiiilio! Hasta que tuve el valor de
pararme, agarré a los niños y salí corriendo por la puerta trasera. Pedí ayuda
a los vecinos, fue cuando algunos de ellos se colaron entre el alambre de púa
que separaba los patios, entraron a la casa y ya Tarsicio se había ido. Encontraron
a mi hija, tendida en el piso, bañada en sangre.
Yo desde el patio la vi, allá tirada en la
sala. Mi cóma Lourdes no me dejaba entrá a la casa. Me aferré a una mata de
mamón que había en el patio. Abrazaba su tronco y gritaba histérica - ¡Mi hija! ¡Mi hija no!
Sentada ya, no podía creer lo que había
pasado. No podía creer que ese desgraciao le había quitado la vida a mi hija
así de repente. La comae Lourdes me ofreció un guarapo, no sé qué tenía, si
manzanilla o valeriana, pero me calmó un poco. Y luego de un largo rato, me
levanté.
Por fin me dejaron entrá a la casa y vi que
tenían a mi hija cubierta con una sábana. Ah mundo…una de las que ella había
lavado esa tarde, todavía estaba mojada esa sabana ajena. La cómai Adela me dijo
-¡Gracias a Dios no te hizo nada a ti, ni
a los pequeños!
VI
Cuando llevaron el cadáver de Eloísa al
forense del pueblo, la pusieron sobre una mesa de metal. De sus pechos
macheteados salía sangre y leche, porque acuérdate que pá aquellos días ella
amamantaba al bebé.
VII
Mi hija era tan amable, tan dulce, rellenita,
una trigueña de ojos marroncitos. Estaba tranquila hasta que llegaba el bruto
ese…el Tarsicio. Más ordinario y machista no podía sé, se la pasaba pegándole. Uno
de esos viejos de la bodega le cayó a cuento aquella tarde: -Compadre Tarsicio, no me crea chismoso ni
nada de eso, déjele el chisme a las viejas, yo le quiero es dá un consejo… por
allí andaba su mujer, estaba instalaísima tomando en la bodega con el viejo
Abelardo, sí, y hasta se estaba riendo con él. ¡Ay compradito! Los toros
coleaos, son en febrero…a las mujeres
hay que teneles el ojo puesto siempre, ellas
son bien traicioneras oyó. Eso lo sabe Dios
y la culebra. ¡No sea como Adán, de pendejo! Creyéndole todo lo que le dice su
mujer. Sabe…a ellas les viene la regla cada
mes porque deben pagá su malicia y su pecado con sangre.
Seguro fue el mismo Juan Pepita que le cayó
a cuento a Tarsicio, quien sabe. Dios castigue al cizañero, o al mal pario
hablador de paja que no midió su lengua. En este pueblo hay muchos. Por eso
debe sé que a los dos días, salió la noticia en “El Yaracuyano”, y cuando el desgraciao de Tarsicio lo leyó, seguro lo
mordió la conciencia, y por eso se entregó a la policía. Quién sabe…
VIII
Se me acabo el jabón azul, ojalá no se dé
cuenta la doñita que le lavé esta sabana con jabón de tierra. Todo sea por dale
el bocaíto a mis nietos. Mis toñequitos…no sé qué haré cuando el tiempo pase, cuando
el Tarsicio logre salir de la cárcel y quiera verlos.
Quizás ya estén grandes y no se acuerden
de nada. Tal vez, con mi vejez yo tampoco me acuerde de mucho, pero te aseguro
que en mi memoria quedará grabada la estampa de aquel burro negro, sí, me
acordaré de eso, estoy segura. Además este paisa sonará muy fuerte aquel día.
Río Caramacate
Yo lavo en tus agüitas
lánzame el mecate
dame la primicia…
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